novembro 21, 2024

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Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17 – Itália, Portugal, Espanha, Alemanha e Suíça

[As abundantes citações de Edmond Paris no texto sobre jesuítas abaixo (mesmo estando em espanhol, algo que a internet resolve facilmente com tradutores online), e suas referências acessíveis, retira a desculpa do leitor negacionista (desinteressado pela Verdade?) permitindo que outros sejam sua consciência (“nihil obstat“), e aumenta a perseverança do leitor que persegue o rastro da Verdade e não se deixa levar pelas crenças e descrenças ao seu redor, e dentro de si. Hendrickson Rogers].

ITÁLIA

“Francia —escribió Boehmer— es la cuna de la Sociedad de Jesús, pero en Italia recibió su programa y constitución. Por tanto, en Italia echó rafees primero y, de allí, se extendió a otros países” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 82).

El autor menciona el creciente número de universidades (128) y academias jesuítas (1,680). “Pero —dice— la historia de la civilización italiana en los siglos 16 y 17 muestra sus resultados en forma más sorprendente. Si un italiano instruido abrazaba otra vez la fe y las ordenanzas de la iglesia, sentía nuevo celo por et ascetismo y las misiones, componía poemas piadosos e himnos para la iglesia, dedicaba concienzudamente los pinceles de pintor y los cinceles de escultor para exaltar el ideal religioso, ¿no era acaso porque las clases educadas se instruían en universidades y confesionarios jesuítas?” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 82 e 83).

Desaparecieron la “sencillez del niño, la alegría, la vivacidad y el simple amor por la naturaleza […].

Los alumnos de los jesuitas son demasiado clericales, devotos y absortos como para preservar esas cualidades. Las visiones e iluminaciones extáticas los dominan; literalmente, se embriagan con pinturas de las aterradoras mortificaciones y los tormentos atroces de los mártires; necesitan la pompa, el brillo y lo teatral. Desde fines del siglo 16, la literatura y el arte italianos reproducen fielmente esa transformación moral… El desasosiego, la ostentación y la afirmación aterradora que caracterizan a las creaciones de aquel período fomentan un sentimiento de repulsión —en vez de simpatía— por las creencias que debían interpretar y glorificar” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 82 e 83).

Es la característica sui géneris de la Compañía. El amor por lo distorsionado, afectado, brillante y teatral podría parecer extraño entre místicos formados por los Ejercicios Espirituales, si no detectáramos el objetivo esencialmente jesuita de impactar la mente. Es una aplicación de la máxima “el fin justifica los medios”, que los jesuítas ponían en práctica en las artes, la literatura, la política y la moral.

La Reforma apenas había tocado a Italia. Sin embargo, los valdenses, que habían sobrevivido desde la Edad Media a pesar de la persecución, y se habían establecido en el norte y sur de la península, se unieron a la Tglesia Calvinista en 1532. Según un informe del jesuíta Possevino, Emmanuel Filiberto de Savoy lanzó otra persecución sangrienta contra sus subditos “herejes” en 1561. Lo mismo ocurrió en Calabria, en Casal de San Sixto y la Guardia Fiscal. “Los jesuítas estaban implicados en esas masacres; estuvieron ocupados convirtiendo a las víctimas […]” (J. Huber, “Les Jesuites” (París; Sandoz et Fischbacher, 1875), p. 165).

El padre Possevino, por su parte, “seguía al ejército católico como su capellán, y recomendaba la exterminación por fuego de los pastores herejes como un acto necesario y santo” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 89).

En los siglos 16 y 17, los jesuítas eran poderosos en Parma, en la corte de los Farnese, así como en Ñapóles. Pero el 14 de mayo de 1606 los expulsaron de Venecia —donde se íes había colmado de favores — , por considerarlos como “los más fieles siervos y portavoces del papa”.

Sin embargo, en 1656 les permitieron volver, pero su influencia en la república sólo fue una sombra de la que habían tenido en el pasado.

PORTUGAL

Portugal fue un país favorito de la Orden. “Estando bajo Juan III (1521-1559), era ya la comunidad religiosa más poderosa en el reino” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85 e 86).

Su influencia creció aún más tras la revolución de 1640, que puso a los Braganza en el trono. “Bajo el primer rey de la casa de Braganza, el padre Fernández fue miembro del gobierno; además, fue el consejero más escuchado por la Teína regente Luisa mientras Alfonso VI era menor de edad. El padre De Ville logró derrocar a Alfonso VI en 1667, y el nuevo rey, Pedro II, ese mismo año nombró al padre Emmanuel Fernández como su representante en las ‘Cortes’… Aunque los Padres no cumplían deberes públicos en el reino, eran más poderosos en Portugal que en cualquier otra nación. No eran sólo consejeros espirituales de la familia real, sino que el rey y sus ministros les consultaban en toda situación importante. Por uno de sus testimonios sabemos que, sin su consentimiento, nadie podía obtener cargo alguno en la administración del estado y de la iglesia; a tal grado que el clero, las clases altas y la gente disputaban entre sí para ganarse el favor y la aprobación de ellos. La política extranjera estaba también bajo su influencia. Cualquier persona perspicaz podía darse cuenta de que esa situación no beneficiaba al reino” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85-88).

Los resultados se ven en el estado de decadencia en el que cayó esa tierra desafortunada. A mediados del siglo 18, se requirió de toda la energía y perspicacia del marqués de Pombal para librar a Portugal del control mortal de la Orden.

ESPANHA

En España la penetración de la Orden fue más lenta. Por mucho tiempo el clero superior y los dominicos se opusieron a ella. Aun los reyes Carlos V y Felipe II, aunque aceptaban los servicios de estos soldados del papa, desconfiaban de ellos y temían que invadieran su autoridad. No obstante, con mucha astucia la Orden finalmente venció la resistencia. “En el siglo 17 tenían todo poder entre las clases altas y en la corte de España. El padre Neidhart, ex oficial de la caballería alemana, incluso gobernó el reino como Consejero de Estado, Primer Ministro y Gran Inquisidor. […] En España y en Portugal, la ruina del reino coincidió con el apogeo de la Orden [….]” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85-88).

Edgar Quinet dijo lo siguiente: “Dondequiera que muere una dinastía, puedo ver que se levanta y se para tras ella una especie de genio malo, una de esas figuras sombrías que son los confesores, atrayéndola en forma gentil y paternal hacia la muerte” (Michelet et Giúnet,“Des Jesuites” (París; Hachette,Paulin, 1845), p. 259).

En realidad uno no puede imputar la decadencia de España únicamente a esta Orden, “Sin embargo, es verdad que la Compañía de Jesús, junto con la iglesia y otras órdenes religiosas, aceleraron su caída; mientras más rica se hacía la Orden, más pobre era España, tanto así que cuando Carlos II falleció, en las arcas del estado no había suficiente dinero para pagar por las 10,000 misas que generalmente se decían por la salvación del alma de un monarca fallecido” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85-88).

ALEMANHA

“La lucha histórica entre el catolicismo y el protestantismo no se libró en el sur de Europa, sino en Europa central: Francia, Holanda, Alemania y Polonia. Por tanto, estos países fueron el principal campo de batalla para la Sociedad de Jesús” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 89, 104, 112 e 114).

La situación era particularmente grave en Alemania, “No sólo los pesimistas, sino también católicos sabios y estudiosos consideraban que estaba casi perdida la causa de la antigua iglesia en todo el territorio alemán. Aun en Austria y Bohemia, el rompimiento con Roma estaba tan generalizado que, para los protestantes, era razonable tener la esperanza de conquistar Austria en unas décadas. Entonces, ¿por qué no ocurrió ese cambio, dividiéndose más bien el país en dos secciones? El partido católico, a fines del siglo 16, no titubeó en responder esta pregunta porque siempre reconoció que ios Witeísbach, los Habsburg y los jesuítas eran responsables por el afortunado cambio de circunstancias” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85-88).

Rene Fulop-Miller escribió acerca del papel de los jesuítas en estos eventos: “La causa católica sólo podía esperar verdadero éxito si los Padres eran capaces de influir en los príncipes, guiándolos en todo tiempo y circunstancia. Los confesionarios les brindaban a los jesuítas el medio para tener una influencia política duradera, y por tanto, una acción efectiva” (Rene Fulop-Miller, “Les Jesuites et le secret de leur puissanee”, v. II (París: Librería Plon, 1933), p. 98 e 102).

En Baviera, el joven duque Alberto V, hijo de un católico celoso y educado en Ingolstadt, la antigua ciudad católica, llamó a los jesuítas para combatir la herejía:

“El 7 de julio de 1556, ocho padres y doce maestros jesuítas llegaron a Ingolstadt. Fue el inicio de una nueva era para Baviera… el estado mismo recibió un nuevo sello […] los conceptos católicos romanos dirigieron la política de los príncipes y el comportamiento de las clases altas. Pero, este nuevo espíritu tomó control sólo de las clases más altas. No se ganó el corazón de la gente común […] No obstante, bajo la dura disciplina del estado y la iglesia restaurada, otra vez se volvieron católicos devotos, dóciles, fanáticos e intolerantes ante toda herejía. [….] Quizá parezca excesivo atribuir virtudes y actos tan prodigiosos a un simple grupo de extraños. Sin embargo, en esas circunstancias, la proporción de su fuerza fue inversa a su número y, al no enfrentar obstáculos, fueron efectivos de inmediato. Los emisarios de Loyola se ganaron el corazón y la mente del país desde el principio […] A partir de la siguiente generación, Ingolstadt se convirtió en el modelo perfecto de la ciudad alemana jesuíta” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85-88).

Al leer lo siguiente, se puede juzgar el estado mental que los Padres introdujeron a esta fortaleza de fe: “El jesuita Mayrhofer, de Ingolstadt, en su ‘Espejo del Predicador’ enseñó: ‘No se nos juzgará si demandamos la muerte de los protestantes, así como no se nos juzgaría si pidiéramos la pena capital para ladrones, asesinos, falsificadores y revolucionarios'” (Rene Fulop-Miller, “Les Jesuites et le secret de leur puissanee”, v. II (París: Librería Plon, 1933), p. 98 e 102).

Los sucesores de Alberto V —sobre todo Maximiliano I (1597- 1651)— completaron su obra. Pero Alberto V era concienzudo en su “deber” de garantizar la “salvación” para sus subditos.

“Tan pronto como los Padres llegaron a Baviera, su actitud hacia los protestantes y a quienes los apoyaban se tornó más severa. Desde 1563 expulsó sin piedad a los reincidentes, y no mostró misericordia hacia los anabaptistas, que fueron ahogados, quemados, encarcelados y encadenados, actos alabados por el jesuíta Agrícola… A pesar de esto, tuvo que desaparecer toda una generación de hombres antes de que la persecución se considerara totalmente exitosa. Aun en 1586, los anabaptistas moravos lograron esconder del duque Guillaume a 600 víctimas. Este ejemplo prueba que no sólo cientos, sino miles de personas se vieron forzadas a huir, siendo una terrible ruptura en un país poco poblado. Pero —dijo Alberto V al concilio de la ciudad de M u n i c h – debemos poner el honor de Dios y la salvación de almas por encima de todo interés temporal” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 85-88).

Poco a poco toda la enseñanza en Baviera se dejó en manos de los jesuitas, llegando a ser esa tierra la base para su penetración en el este, oeste y norte de Alemania.

“Desde 1585, los Padres convirtieron la sección de Westfalia que dependía de Colonia; en 1586, llegaron a Neuss y Bonn, una de las residencias del arzobispo de Colonia; abrieron universidades en Hildesheim en 1587 y en Munster en 1588. Ésta en particular tenía ya 1300 estudiantes en 1618 […] De ese modo, el catolicismo reconquistó gran parte de Alemania occidental, gracias a los Wittelsbach y a los jesuítas. La alianza entre los Wittelsbach y los jesuítas quizá fue aún más importante para las ‘tierras austríacas’ que para Alemania occidental” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 117 e 120).

El archiduque Carlos de Styrie, último hijo del emperador Ferdinando, se casó en 1571 con una princesa bávara, “que introdujo en el castillo de Gratz las estrechas tendencias católicas y la amistad con los jesuítas, que prevalecían en la corte de Munich”. Bajo su influencia, Carlos se esforzó para “extirpar la herejía” de su reino y, cuando estaba muriendo en 1590, hizo jurar a su hijo y sucesor, Ferdinando, que continuaría el trabajo. En todo caso, Ferdinando estaba preparado para eso. “Durante cinco años había sido discípulo de los jesuítas en Ingolstadt; además, tenía una mentalidad tan estrecha que, para él, no existía tarea más noble que el restablecimiento de la iglesia católica en ios estados que había heredado. No le interesaba si esta tarea beneficiaba o no a sus tierras. “Prefiero”, decía él, “reinar sobre un país en ruinas que sobre uno que está condenado” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 117 e 120).

En 1617, el emperador coronó al archiduque Ferdinando como rey de Bohemia. “Influenciado por su confesor jesuíta, Viller, Ferdinando de inmediato empezó a combatir el protestantismo en su nuevo reino. Esto marcó el inicio de la sangrienta guerra religiosa que, durante los siguientes 30 años, mantuvo en suspenso a Europa. En 1618, cuando los trágicos sucesos en Praga dieron la señal para una franca rebelión, el anciano emperador Matías primero trató de transigir, pero carecía del poder suficiente como para que predominaran sus intenciones contra el rey Ferdinando, quien estaba dominado por su confesor jesuíta; por tanto, se perdió la última esperanza de resolver el conflicto en forma amistosa”. “Al mismo tiempo, las tierras de Bohemia habían tomado medidas especiales, decretando solemnemente que se debía expulsar a todos ios jesuítas, puesto que los veían como promotores de la guerra civil” (J. Huber, “Les Jesuites” (París; Sandoz et Fischbacher, 1875), p. 180 – 183).

Pronto Moravia y Silesia siguieron ese ejemplo, y los protestantes de Hungría —donde el jesuíta Pazmany gobernaba con vara de hierro— también se rebelaron. Pero, en la batalla de la montana Blanca (1620) venció Ferdinando, a quien habían hecho emperador otra vez tras la muerte de Matías.

“Los jesuítas persuadieron a Ferdinando para que infligiera el castigo más cruel a los rebeldes; el protestantismo fue expulsado de todo el país, usando medios demasiado horrendos como para describirlos […] Al finalizar la guerra, la ruina material del país era total”.

“El jesuíta Balbinus, historiador de Bohemia, se preguntaba cómo pudieron quedar aún algunos habitantes en esc país. No obstante, la ruina moral fue aún peor… La floreciente cultura de los nobles y la clase media, la rica literatura nacional que no podía rempiazarse: todo fue destruido; incluso se abolió la nacionalidad. Bohemia dio libertad a las actividades de los jesuítas, y estos quemaron la literatura checoeslovaca en forma masiva. Bajo su influencia, aun el nombre del gran santo de la nación, Juan Huss, gradualmente se fue apagando hasta extinguirse en los corazones de la gente […] El mayor grado de poder de los jesuítas —decía Tomek— coincidió con la más grande decadencia del país en su cultura nacional; la influencia de la Orden hizo que el despertamiento de esta tierra desdichada llegara casi un siglo demasiado tarde […]”

“Al concluir la Guerra de los Treinta Años, estableciéndose la paz y asegurándoles a los alemanes protestantes los mismos derechos políticos que disfrutaban los católicos, los jesuítas hicieron lo posible para continuar la pelea; fue en vano” (Rene Fulop-Miller, “Les Jesuites et le secret de leur puissanee”, v. II (París: Librería Plon, 1933), p. 104 e 105).

Sin embargo, lograron que su discípulo Leopoldo I —el emperador reinante entonces— prometiera que perseguiría a los protestantes en los territorios que le pertenecían, y especialmente en Hungría. “Escoltados por dragones imperiales, los jesuítas iniciaron el trabajo de conversión en 1671. Los húngaros se levantaron y comenzaron una guerra que duró casi toda una generación… Pero la insurrección fue victoriosa bajo el liderazgo de Francis Kakoczy. El vencedor quiso expulsar a los jesuítas de todos ios países que cayeron bajo su poder; pero influyentes protectores de la Orden consiguieron poner fin a esas medidas, y la expulsión no ocurrió sino hasta 1707 […]

“El príncipe Eugenio culpó, con dura franqueza, a la política de la casa imperial y las intrigas de los jesuitas en Hungría. Escribió: ‘Austria casi pierde a Hungría debido a su persecución contra los protestantes’. Un día exclamó amargamente que la moral de los turcos era mucho más elevada que la de los jesuitas, al menos en la práctica. Estos ‘no sólo desean dominar las conciencias, sino tener el derecho sobre la vida y muerte de los hombres’.

“Austria y Baviera cosecharon los frutos de la total dominación jesuíta; la reducción de toda tendencia progresista y la anulación sistemática de la gente.

“La profunda miseria que siguió a la guerra religiosa, la política impotente, la decadencia intelectual, la corrupción moral, la horrenda disminución de la población y el empobrecimiento de Alemania: estos fueron los resultados de las acciones de la Orden” (J. Huber, “Les Jesuites” (París; Sandoz et Fischbacher, 1875), p. 183 – 186).

SUÍÇA

En el siglo 17, los jesuitas lograron al fin establecerse en Suiza, habiendo sido llamados y luego expulsados por algunas ciudades de la Confederación en la segunda mitad del siglo 16.

El arzobispo de Milán, Carlos Borromee, que había aprobado que se establecieran en Lucerna en 1578, pronto comprendió cuáles serían las consecuencias de sus actos, como nos lo recuerda J. Huber: “Carlos Borromee le escribió a su confesor que la Compañía de Jesús, gobernada por líderes que eran más políticos que religiosos, se estaba volviendo demasiado poderosa como para preservar la moderación y sujeción necesarias… Domina a reyes y príncipes, y gobierna sobre asuntos temporales y espirituales; la institución piadosa ha perdido el espíritu que la animaba originalmente; nos veremos forzados a aboliría” (J. Huber, “Les Jesuites” (París; Sandoz et Fischbacher, 1875), p. 131).

Al mismo tiempo, en Francia, el famoso experto legal Etienne Pasquier escribió: “Introduzcan esta Orden en nuestro medio, y también introducirán disensión, caos y confusión” (Citado por H. Fulop-Miller, “Les Jesuiteset le secret de leur puissance” (París: PIOQ, 1933), p. 57).

¿No es esa la queja que se escuchaba en todos los países, una y otra vez? Fue la misma que hubo en Suiza cuando, a través de la halagadora apariencia con que la Compañía se cubría tan bien, se vio la evidencia de sus obras malvadas.

“Dondequiera que los jesuitas lograban echar raíces, seducían a grandes y pequeños, a jóvenes y ancianos. Muy pronto las autoridades empezaban a consultarles respecto a asuntos importantes; sus donaciones comenzaban a llegar y, en poco tiempo, ocupaban todos los colegios y escuelas, los pulpitos de la mayoría de las iglesias, los confesionarios de la gente más influyente y de más alto nivel. Como confesores a cargo de la educación de todas las clases de la sociedad, y consejeros y amigos íntimos de miembros del concilio, su influencia crecía de día en día, y, no esperaron mucho para ejercerla en asuntos públicos. Lucerna y Fribourg eran los centros principales; desde allí manejaban la política exterior de la mayoría de los cantones católicos […]

“Todo plan contra el protestantismo en Suiza, forjado en Roma o por otros poderes extranjeros, contaba con et apoyo total de los jesuítas […]

“En 1620, lograron que la población católica de Veltlin se levantara contra los protestantes y mataran a 600. El papa otorgó ia indulgencia a todos los que participaron en ese terrible acto.

“En 1656, provocaron una guerra civil entre miembros de las distintas confesiones […] Tiempo después, los jesuítas iniciaron una nueva guerra religiosa.

“En 1712, se discutía respecto a la paz en Aarau. Lucerna y Uri ya la habían aceptado cuando, por orden de Roma, los jesuítas hicieron lo posible para revertir la situación. Negaban la absolución a todos los que se negaban a tomar las armas. Proclamaban a todo volumen, desde sus pulpitos, que uno no estaba obligado a cumplir su palabra si se la había dado a un hereje; a los concejales moderados los impulsaban a sospechar y trataban de quitarlos de sus cargos; y, en Lucerna, provocaron un amenazante levantamiento del pueblo contra el gobierno, al grado que la autoridad suprema se resignó a violar la paz. En esa lucha los católicos fueron derrotados y firmaron un gravoso acuerdo de paz.

“Desde entonces la influencia de la Orden en Suiza fue disminuyendo gradualmente” (J. Huber, “Les Jesuites” (París; Sandoz et Fischbacher, 1875), p. 188).

Hoy, el artículo 51 de la constitución suiza prohibe que la Sociedad de Jesús celebre actividades culturales o educativas en el territorio de la Confederación, y todo esfuerzo para abolir esa ley siempre se ha rechazado.

 

Fonte: Edmond Paris, A História Secreta dos Jesuítas. Chick Publications, 1975, p. 33-42.


As demais partes deste material valioso, encontram-se abaixo:

Introdução – Bibliografia extensa sobre relatos envolvendo jesuítas e fanatismo sistemático oculto

Pio XII, Hitler e jesuitismo

Inácio de Loyola – A Fundação da Ordem dos Jesuítas

Os Exercícios Espirituais, A Fundação da Companhia de Jesus, O Espírito da Ordem e Os privilégios da Companhia

Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17 – Itália, Portugal, Espanha, Alemanha e Suíça

Polônia, Rússia, Suécia, Inglaterra e França – Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17

Missões jesuítas na Índia, no Japão e na China (séculos 16 e 17)

O continente americano e o Estado jesuíta paraguaio

A base dos ensinamentos jesuítas na Europa (sécs. 17 e 18): superstições idolátricas

As Leis (i)morais dos jesuítas

Os Jesuítas sofrem um Merecido Golpe

O Renascimento dos Jesuítas no século 19

Jesuítas no Segundo Império Francês, a Lei de Falloux e a Guerra de 1870

Los Jesuitas en Roma — El Syllabus

Los Jesuítas en Francia Desde 1870 Hasta 1885

Los Jesuítas, el General Boulanger y el Caso Dreyfus

Los Años Previos a la Guerra: 1900-1914

La Primera Guerra Mundial – El Ciclo Infernal

Preparativos Para la Segunda Guerra Mundial

La Agresión Alemana y los Jesuitas: Austria, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia

El Movimiento Jesuíta en Francia Antes de la Guerra de 1939-1945 y Durante Ella

La Gestapo v la Compañía de Jesús

Los Campos de la Muerte y la Cruzada Antisemita

Los Jesuítas y el Collegium Russicum

El Papa Juan XXIII se Quita la Máscara

Conclusión


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(Hendrickson Rogers)

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