abril 30, 2024

Blog do Prof. H

Adaptando conhecimento útil às necessidades da humanidade

Jesuítas no Segundo Império Francês, a Lei de Falloux e a Guerra de 1870

Illustration from 19th century

[As abundantes citações de Edmond Paris no texto sobre jesuítas abaixo (mesmo estando em espanhol, algo que a internet resolve facilmente com tradutores online), e suas referências acessíveis, retira a desculpa do leitor negacionista (desinteressado pela Verdade?) permitindo que outros sejam sua consciência (“nihil obstat“), e aumenta a perseverança do leitor que persegue o rastro da Verdade e não se deixa levar pelas crenças e descrenças ao seu redor, e dentro de si. Hendrickson Rogers].

En el capítulo previo [acesse por AQUI] se mencionó la amplia tolerancia que disfrutó la Sociedad de Jesús en Francia, bajo Napoleón III, aunque estaba prohibida oficialmente. Tema que ser así, ya que ese régimen le debía su existencia —al menos en gran parte— a la Iglesia Romana, cuyo apoyo nunca faltó mientras duró el régimen.

No obstante, resultaría costoso para Francia. Los lectores de “Progres du Pas-de-Calais” —publicación para la que el futura emperador escribió varios. Mtícutos, en 1843 y 1844— no podían sospechar que él se inclinaba al “ultramontanismo” al leer lo siguiente:

“Bajo el pretexto de la libertad para enseñar, el clero demanda el derecho de instruir a la juventud. El estado, por otro lado, también demanda el derecho de dirigir la educación pública favoreciendo sus intereses. Esta lucha es el resultado de opiniones, ideas y sentimientos divergentes entre el gobierno y la iglesia. Ambos desean influenciar a las nuevas generaciones, yendo en direcciones opuestas y buscando su propio beneficio. No creemos, como dice un conocido orador, que todos los vínculos entre el clero y la autoridad civil deban romperse para poner fin a esa separación. Desafortunadamente, los ministros de religión de Francia por lo general se oponen a los intereses democráticos. Permitirles construir escuelas sin control es animarlos a enseñar a la gente que odien la revolución y la libertad.”

También dijo: “El clero dejará de ser ultramontano tan pronto como se le obligue a educarse como en el pasado, manteniéndose al día y mezclándose con la gente, obteniendo su educación de las mismas fuentes que el público en general”.

Refiriéndose a la forma en que los sacerdotes alemanes se capacitaban, el autor aclara sus ideas diciendo: “En vez de aislarlos del resto del mundo desde la niñez, inculcándoles en los seminarios el odio hacia la sociedad en la que deben vivir, aprenderían desde temprano a ser ciudadanos antes que sacerdotes” (Oeuvres de Napoleón III (París: Amyot et Plon, 1865), II, pp. 31,33).

Esto no fortaleció el clericalismo político del futuro soberano, que era entonces un “Carbonari”. Pero, la ambición de ascender al trono pronto lo hizo más dócil hacia Roma. ¿No había sido Roma la que lo había ayudado a subir el primer peldaño?

“Después de ser nombrado presidente de la República el 10 de diciembre de 1848, Luis Napoleón Bonaparte reúne a varios ministros alrededor de él; uno de ellos es Falloux, ¿Quién es Falloux? Un instrumento de los jesuítas…

El 4 de enero de 1849 instituye una comisión, cuya tarea es ‘preparar una gran reforma legislativa de la educación primaria y secundaria’… Durante la discusión, Cousin se toma la libertad de declarar que quizá la iglesia esté errada al unir su destino con los jesuítas. El monseñor Dupanloup defiende firmemente a la Sociedad… Se estaba preparando una ley sobre la enseñanza que ‘compensaría’ a los jesuítas.

En el pasado se protegió al estado y a la universidad de las invasiones jesuítas. Estábamos equivocados y fuimos injustos. Demandábamos que el gobierno aplicara sus leyes contra estos agentes de un gobierno extranjero y les pedimos perdón por eso. Ellos son buenos ciudadanos a quienes se difamó y juzgó mal; ¿qué podemos hacer para mostrarles el respeto y aprecio que merecen? “Poner en sus manos la enseñanza de las generaciones jóvenes”. “De hecho, ese es el objetivo de la ley del 15 de marzo de 1850. Esta ley nombra un concilio superior para la Instrucción Pública en el que domina el clero (art. 1); convierte a los miembros del clero en maestros de escuelas (art. 44); le da a las asociaciones religiosas el derecho de crear escuelas libres, sin dar explicaciones sobre congregaciones no autorizadas (jesuítas) (art. 17,2); las cartas de obediencia serían sus diplomas (art. 49).

Barthelemy Saint-Ililaire trata, en vano, de mostrar que el propósito de los autores del proyecto es darle al clero el monopolio, y que esta ley sería fatal para la universidad… Víctor Hugo exclama también en vano: ‘Esta ley es un monopolio en las manos de los que tratan que la enseñanza salga de la sacristía y que el gobierno salga del confesionario” (Adolphe Michel, “Les Jesuites” (Sandoz et Fi&chbacher, París, 1879, p. 66).

Sin embargo, la Asamblea ignora las protestas. Prefiere escuchar a Montalembert, que declara: “Nos ahogarán si no paramos de inmediato  la corriente actual de racionalismo y demagogia; es más, sólo puede pararse con ayuda de la iglesia”.

Montalembert agrega estas palabras para que la importancia de esta ley se describa muy bien: “Al desmoralizador y anárquico ejército de maestros, debemos confrontarlo con el ejército del clero”.

La ley fue aprobada. Nunca antes los jesuítas habían obtenido una victoria tan completa en Francia.

Montalembert lo admitió con orgullo… Dijo: “Defiendo la justicia apoyando lo mejor posible al gobierno de la República, que ha hecho tanto para resguardar el orden y mantener la unión del pueblo francés. En especial, rindió más servicios a la Iglesia Católica que todos los demás gobiernos en el poder durante los últimos dos siglos” (Adolphe Michel, “Les Jesuites” (Sandoz et Fi&chbacher, París, 1879, p. 55 e 66).

Todo esto sucedió hace más de 100 años, pero aún suena familiar ahora. Sin embargo, veamos cómo la “República”, presidida por el príncipe Luis Napoleón, actuó en el ámbito internacional. Entre otras repercusiones en Europa, la revolución de 1848 había provocado el levantamiento de los romanos contra el papa Pío IX, el soberano temporal que había huido a Gaete.

La república romana había sido proclamada. Pero, en una deshonrosa paradoja, la república francesa, de común acuerdo con los austríacos y el rey de Ñapóles, pusieron en el trono otra vez al soberano no deseado.

“Un régimen francés sitió a Roma, tomó el control el 2 de junio de 1849 y restauró el poder pontificio. Permaneció allí con ayuda de una división francesa de ocupación, la que salió de Roma después de las primeras derrotas en la guerra franco alemana de 1870” (Larousse, VII, p.371).

Este principio se veía muy prometedor. “El golpe de estado del 2 de diciembre de 1851 resultó en la proclamación del emperador. Luis Napoleón, presidente de la República, había favorecido a los jesuítas en toda forma. Siendo ahora el emperador, no les negó nada a sus cómplices y aliados. El clero ofreció sus bendiciones y abundantes “tedeums” por las masacres y proscripciones del 2 de diciembre. Al responsable de esta abominable emboscada se le trataba como salvador providencial. El arzobispo de París, monseñor Sibour, que contempló las masacres en el bulevar, exclamó: ‘Ha llegado el hombre que Dios preparó; el dedo divino nunca estuvo más visible que en ios eventos que produjeron estos grandes resultados'”.

El obispo de Saint-Flour dijo desde el pulpito: “Dios señaló a Luis Napoleón. Él ya lo había elegido para que fuera emperador. Sí, mis amados hermanos, Dios lo consagró de antemano mediante la bendición de Sus pontífices y sacerdotes. Él mismo lo aclamó, ¿no podemos reconocer al elegido de Dios?”

El obispo de Nevers saludó falsamente al “instrumento visible de la Providencia”. “Estas múltiples adulaciones lastimeras merecían una recompensa. Ésta era la libertad total para los jesuítas mientras perdurara el emperador.

La Sociedad de Jesús fue, literalmente, dueña de Francia por 18 años… Se enriqueció, multiplicó sus establecimientos y extendió su influencia. Sus acciones se sintieron en todos los eventos importantes de esa época, sobre todo en la expedición a México y la declaración de guerra en 1870” (Adolphe Michel, “Les Jesuites” (Sandoz et Fi&chbacher, París, 1879, p. 71, 72).

“El imperio significa paz”, declaró el nuevo soberano. Pero, apenas dos años después de ascender al trono, empezó la primera de las guerras que libraron en forma sucesiva durante su reinado. La historia podría decir que las causas de esas guerras no estaban relacionadas, a menos que veamos lo que las unió: la defensa de los intereses de la Iglesia Romana.

Un ejemplo es la guerra de Crimea, la primera de esas empresas absurdas que nos debilitaron y no produjo beneficio alguno para la nación. No fue un opositor del clero, sino el abad Brugerette quien escribió: “Uno tiene que leer los discursos que el famoso teatino (padre Ventura) dio en la capilla de Las Tullerías durante Cuaresma en 1857.

Habló de la restauración del emperador como obra de Dios… Alabó a Napoleón III por defender la religión en Crimea y hacer que los grandes días de las Cruzadas brillaran en el oriente por segunda vez… La guerra de Crimea se consideró como complemento a la expedición romana… El clero la elogió, admirado por el fervor religioso de las tropas que sitiaron Sebastopol.

Saint Beuve relató en forma conmovedora cómo Napoleón III había enviado una imagen de la Virgen a la flota francesa” (Abad J. Brugerette, “Le Pretre francais et la societe conteraporaine” (París: Lethielleux, 1933),!,pp. 168,180).

¿Cuál fue la expedición que despertó el entusiasmo del clero?

Pablo León, miembro del Instituto, explica: “Una disputa entre monjes revivió el problema del oriente. Surgió por rivalidades entre la iglesia latina y la ortodoxa respecto a la protección de los lugares sagrados {en Palestina). ¿Quiénes cuidarían de las iglesias de Belén, quiénes tendrían las llaves y dirigirían el trabajo?

¿Por qué asuntos tan pequeños causaron pugnas entre dos grandes imperios?… Sin embargo, detrás de los monjes latinos estaba el partido católico francés, que contaba con antiguos privilegios y apoyaba al nuevo régimen; y detrás de las crecientes demandas de la iglesia ortodoxa, que había crecido numéricamente, estaba la influencia rusa” (Paul León, Instituto “La guerre pour la Paix” (París: Ed. Fayard, 1950), pp. 321-323).

El zar pidió protección de la Iglesia Ortodoxa, a la que él debía brindar seguridad; para ponería en efecto, pidió autorización para que su flota usara el paso de Dardanelles.

Inglaterra, apoyada por Francia, negó el permiso y estalló la guerra. “Francia e Inglaterra sólo podían llegar al zar por el mar Negro y la alianza turca… Desde ese momento, la guerra de Rusia se convirtió en la guerra de Crimea, centrándose por completo en sitiar a Sebastopol — un episodio costoso sin resultados positivos.

Batallas sangrientas, epidemias mortales y sufrimientos inhumanos le costaron a Francia 100,000 muertos (Paul León, Instituto “La guerre pour la Paix” (París: Ed. Fayard, 1950), pp. 321-323).

Debemos indicar que esos fueron soldados de Cristo y gloriosos “mártires de la fe”, según el monseñor Sibour, arzobispo de París, quien declaró en ese tiempo: “La guerra de Crimea entre Francia y Rusia no es política, sino una guerra santa.

No se trata de un estado que lucha contra otro estado; personas que pelean contra otras personas, sino una guerra religiosa, una Cruzada” (Citado por monseñor Journet, “Exigences chretiennes en politique” (París: Ed. L. V, P., 1945), p. 274).

Tal admisión no es ambigua, ¿No se oyó lo mismo durante la ocupación alemana, explicada en términos idénticos por los prelados de Su Santidad Pío XII y por Pierre Lava! mismo, presidente del Concilio de Vichy? En 1S63 se realizó la expedición a México. ¿Cuál era el objetivo? Transformar una república seglar en imperio, y ofrecérsela a Maximiliano, archiduque de Austria. Siendo Austria el principal pilar del papado, el objetivo era también levantar una barrera para detener la influencia de los Estados Unidos —un país protestante— sobre los países sudamericanos, baluartes de la Iglesia Romana.

Alberto Bayet escribió sagazmente: “El propósito de la guerra es establecer un imperio católico en México y acortar el derecho del pueblo a gobernarse; como en la campaña siria y las dos campañas en la China, sirve especialmente a los intereses católicos” (Albeit Bayet, “Histoire de France” (París: Ed. du Sagittaire, 1938), p. 282).

Como sabemos, en 1867, después que el ejército francés se embarcó otra vez, Maximiliano —desafortunado defensor de la Santa Sede— fue tomado prisionero cuando Querétaro se rindió y lo mataron de un tiro. Eso abrió el camino para una república, con el victorioso Juárez como presidente. No obstante, Francia pagaría otra vez, y mucho más caro, por el apoyo político del Vaticano para lograr el trono imperial.

Mientras el ejército francés derramaba su sangre en las cuatro esquinas del mundo, debilitándose cada vez más al defender intereses ajenos, Prusia, bajo la pesada mano del futuro “canciller de hierro”, expandía su poderío militar para unir a los estados germanos en un solo bloque.

Austria fue la primera víctima de su voluntad y poder. Después de llegar a un acuerdo con Prusia, que capturaría a la duquesa danesa de Schleswig y Holstein, Austria fue engañada por su cómplice.

La guerra que estalló fue ganada por Prusia en Sadowa, el 3 de julio de 1866. Fue un golpe terrible para la antigua monarquía de los Hapsburg que estaba decayendo. El golpe fue igualmente duro para el Vaticano, ya que por mucho tiempo Austria había sido su fiel baluarte en las tierras germánicas.

A partir de ese momento, la Prusia protestante ejercería su hegemonía sobre ellos, a menos que la Iglesia Romana encontrara un “brazo secular” capaz de detener por completo la expansión del poder “hereje”.

Pero, ¿quién podía desempeñar ese papel en Europa, aparte del imperio francés? Napoleón III, “el hombre enviado por la Providencia”, tendría el honor de vengar a Sadowa.

El ejército francés no estaba listo. “La artillería es anticuada. Nuestros cañones aún hay que cargarlos por la boca”, escribió Rothan, el ministro francés en Francfort que veía el inminente desastre.

“Prusia sabe que es superior y que no estamos preparados”, agregó como muchos otros observadores. Los instigadores de la guerra no estaban preocupados. La candidatura de un príncipe de la dinastía Hohenzollern, para ocupar el trono vacante de España, fue la excusa para esa guerra; además, Bismark la deseaba.

Cuando falsificó el despacho de Ems, los defensores de ia guerra tuvieron la situación bajo control y provocaron una reacción pública. Francia misma declaró la guerra.

Gastón Bally escribió que esa “guerra de 1870, como la historia demostró, fue obra de los jesuitas”.

Adrien Dansette, eminente historiador católico, describe así la composición del gobierno que envió a Francia al desastre: “Napoleón III empezó sacrificando a Víctor Duruy, luego decidió nombrar en su gobierno a hombres del partido del pueblo (enero de 1870).

Casi todos los nuevos ministros eran católicos sinceros, o eclesiásticos que creían en el conservadurismo social” (Albeit Bayet, “Histoire de France” (París: Ed. du Sagittaire, 1938), p. 282).

Es fácil comprender ahora lo que era inexplicable: la prisa de este gobierno para encontrar una causa de guerra de ese despacho falsificado, aun antes de recibir una confirmación.

“Las consecuencias fueron: el colapso del imperio y, luego, el contragolpe por el trono papal… La estructura imperial y la estructura papal, con los jesuitas a la cabeza, cayeron en el mismo barro, a pesar de la Inmaculada Concepción y la infalibilidad papal; pero, cayeron sobre las cenizas de Francia” (Gastón Bally, “Les Jesuites” (Chambery: Imprimerie Nouvelle, 1902), pp. 11-13).

Fonte: Edmond Paris, A História Secreta dos Jesuítas. Chick Publications, 1975, p. 80-86.


As demais partes deste material valioso, encontram-se abaixo:

Introdução – Bibliografia extensa sobre relatos envolvendo jesuítas e fanatismo sistemático oculto

Pio XII, Hitler e jesuitismo

Inácio de Loyola – A Fundação da Ordem dos Jesuítas

Os Exercícios Espirituais, A Fundação da Companhia de Jesus, O Espírito da Ordem e Os privilégios da Companhia

Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17 – Itália, Portugal, Espanha, Alemanha e Suíça

Polônia, Rússia, Suécia, Inglaterra e França – Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17

Missões jesuítas na Índia, no Japão e na China (séculos 16 e 17)

O continente americano e o Estado jesuíta paraguaio

A base dos ensinamentos jesuítas na Europa (sécs. 17 e 18): superstições idolátricas

As Leis (i)morais dos jesuítas

Os Jesuítas sofrem um Merecido Golpe

O Renascimento dos Jesuítas no século 19

Jesuítas no Segundo Império Francês, a Lei de Falloux e a Guerra de 1870

Los Jesuitas en Roma — El Syllabus

Los Jesuítas en Francia Desde 1870 Hasta 1885

Los Jesuítas, el General Boulanger y el Caso Dreyfus

Los Años Previos a la Guerra: 1900-1914

La Primera Guerra Mundial – El Ciclo Infernal

Preparativos Para la Segunda Guerra Mundial

La Agresión Alemana y los Jesuitas: Austria, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia

El Movimiento Jesuíta en Francia Antes de la Guerra de 1939-1945 y Durante Ella

La Gestapo v la Compañía de Jesús

Los Campos de la Muerte y la Cruzada Antisemita

Los Jesuítas y el Collegium Russicum

El Papa Juan XXIII se Quita la Máscara

Conclusión


Algumas opções para nossos leitores:

  1. Quer GRATUITAMENTE o PDF completo do livro Apocalipse – Possibilidades (em construção)? Acesse AQUI.
  2. Você deseja estudar a Bíblia e/ou outros assuntos relacionados ao texto? Acesse AQUI pra gente começar.
  3. Deseja participara da comunidade Aprendizagens no WhatsApp? Acesse AQUI. (Na descrição do Grupo 1 você tem as opções dos demais grupos. O Grupo 4 (fechado) é só para o envio de perguntas).
  4. A comunidade Aprendizagens também está no Telegram. Acesse por AQUI.
  5. Que tal Estudos Bíblicos em vídeos? Acesse por AQUI.
  6. Instagram.
  7. YouTube.

(Hendrickson Rogers)

   Send article as PDF   

Deixe uma resposta

%d blogueiros gostam disto: