Polônia, Rússia, Suécia, Inglaterra e França – Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17
[As abundantes citações de Edmond Paris no texto sobre jesuítas abaixo (mesmo estando em espanhol, algo que a internet resolve facilmente com tradutores online), e suas referências acessíveis, retira a desculpa do leitor negacionista (desinteressado pela Verdade?) permitindo que outros sejam sua consciência (“nihil obstat“), e aumenta a perseverança do leitor que persegue o rastro da Verdade e não se deixa levar pelas crenças e descrenças ao seu redor, e dentro de si. Hendrickson Rogers].
POLÔNIA
En ningún otro territorio fue tan mortal la dominación jesuíta como lo fue en Polonia. Esto lo prueba el historiador moderado H. Boehmer, quien no muestra una hostilidad sistemática contra la Sociedad.
“Los jesuítas fueron totalmente responsables por la aniquilación de Polonia. La acusación expresada de ese modo resulta exagerada. La decadencia del estado polaco había principiado antes que ellos llegaran. Pero, sin duda aceleraron la desintegración del reino. Entre todos los estados, Polonia, donde había millones de cristianos ortodoxos, debería haber aplicado la tolerancia religiosa como uno de los principios más esenciales de su política interior. Sin embargo, los jesuítas no lo permitieron. Peor aún, pusieron la política exterior de Polonia al servicio de los intereses católicos en una manera fatal” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 135).
Esto se escribió a fines del siglo 18; es muy similar a ío que el coronel Beck, ex ministro de Asuntos Exteriores de Polonia (1932- 1939) dijo después de la guerra de 1939-1945:
“El Vaticano es una de las causas principales de la tragedia de mi país. Muy tarde comprendí que habíamos trabajado en nuestra política exterior sólo para seTvir a los intereses de la Iglesia Católica” (Declaración del 6 de febrero de 1940).
Por tanto, con varios siglos de separación, la misma influencia desastrosa había dejado su marca una vez más en esa desafortunada nación.
RÚSSIA
Ya en 1581 el padre Possevino, legado pontificio en Moscú, había procurado que el zar Iván el Terrible se uniera a la Iglesia Romana. Iván no estaba totalmente contra ésta. Lleno de esperanza, en 1584 Possevino actuó como mediador del tratado de paz de Kirewora Gora entre Rusia y Polonia, un acuerdo que salvó a Iván de dificultades inextricables. Esto era precisamente lo que deseaba el astuto soberano. Después no se habló más de la conversión de los rusos. Possevino tuvo que salir de Rusia sin haber logrado nada. Dos años después, los Padres tuvieron una oportunidad aún mejor de controlar a Rusia: Grischka Ostrepjew, un monje a quien habían obligado a colgar los hábitos, le reveló a un jesuíta que él era Demetrio, hijo del zar Iván que había sido asesinado; y declaró que si ocupaba el trono de los zares, él pondría a Moscú bajo el control de Roma. Sin pensarlo, los jesuítas se encargaron de presentar a Ostrepjew al gobernante de Sandomir, quien le dio a su hija en matrimonio. Ellos hablaron en su favor al rey Segismundo III y al papa respecto a sus expectativas, y lograron que el ejército polaco se levantara contra el zar Boris Godunov. Como recompensa por estos servicios, el falso Demetrio renunció a la religión de sus padres en Cracovia, uno de los centros jesuítas, y le prometió a la Orden que se establecería en Moscú, cerca del Kremlin, después de derrotar a Boris.
“Sin embargo, estos favores de los católicos despertaron el odio de la Iglesia Ortodoxa Rusa contra Demetrio. El 27 de mayo de 1606 fue masacrado por cientos de seguidores polacos. Hasta entonces casi no se podía hablar de un sentimiento nacional ruso; pero después, ese sentimiento era muy fuerte, convirtiéndose de inmediato en odio fanático contra la Iglesia Romana y Polonia.
“La alianza con Austria y la política de ataque de Segismundo III contra los turcos, impulsadas fuertemente por la Orden, fueron también desastrosas para Polonia. En resumen, ningún otro estado sufrió tanto como Polonia bajo la dominación jesuíta. Y, aparte de Portugal, en ningún otro país fue tan poderosa la Sociedad. Polonia no sólo tenía un ‘rey de los jesuítas’, sino también un rey jesuíta, Jean-Casimir, que había pertenecido a la Orden antes de ascender al trono en 1649 […]
“Mientras Polonia se dirigía en forma acelerada a la mina, el número de establecimientos y colegios jesuítas estaba creciendo tan rápidamente que el general convirtió a Polonia en una congregación especial en 1751” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 135).
SUÉCIA
“En los países escandinavos —escribió Pierre Dominique— el luteranismo opacó todo lo demás y, cuando los jesuítas contraatacaron, no hallaron lo mismo que en Alemania: un partido católico ya minoritario pero aún fuerte” (Pierre Dominique,“La politique des Jesuites” (París: Grasset, 1995), p. 76).
Su única esperanza era la conversión del soberano, quien apoyaba al catolicismo en secreto. Además el rey Juan III, de la dinastía Vasa, en 1568 se había casado con Catalina, una princesa polaca que era católica romana. En 1574, el padre Nicolás y otros jesuítas fueron llevados a la escuela de teología recién establecida, donde se despertó en ellos el fervor para convertir a la gente al catolicismo, aunque oficialmente seguían el luteranismo. Después, el astuto negociador Possevino logró la conversión de Juan III y recibió la responsabilidad de la educación de su hijo, el futuro Segismundo III, rey de Polonia. Cuando llegó el tiempo de someter a Suecia a la Santa Sede, las condiciones que presentó el rey —matrimonio de los sacerdotes, uso del idioma vernáculo en los servicios, y la comunión con los dos elementos—, y que la Curia romana ya había rechazado, hicieron que las negociaciones se paralizaran. En todo caso, el rey, cuya primera esposa había fallecido, se había casado con una luterana sueca. Los jesuítas tuvieron que salir del país.
“La Orden obtuvo otra gran victoria en Suecia 50 años después. La reina Cristina —hija de Gustavo Adolfo, el último de los Vasas— se convirtió bajo la enseñanza de dos profesores jesuítas, quienes habían llegado a Estocolmo simulando ser nobles viajeros italianos. Pero, a fin de cambiar de religión sin conflictos, ella tuvo que abdicar el 24 de junio de 1654” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 137 – 139).
INGLATERRA
En Inglaterra, por otro lado, la situación parecía ser más favorable para la Sociedad. Ésta podía abrigar la esperanza, al menos por un tiempo, de lograr que el país volviera a estar bajo la jurisdicción de la Santa Sede.
“Cuando la reina Isabel ascendió al trono en 1558, Irlanda aún era totalmente católica, e Inglaterra en un 50 por ciento […] En 1542, el papa había enviado a Salmerón y a Broet para evaluar la situación en Irlanda” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 137 – 139).
Se habían establecido seminarios dirigidos por jesuitas en Douai, Pont-a-Mousson y Roma, con la idea de capacitar a misioneros ingleses, irlandeses y escoceses. Poniéndose de acuerdo con Felipe II de España, la Curia romana trabajó para derrocar a Isabel y poner en su lugar a la católica María Estuardo. Un levantamiento irlandés, provocado por Roma, había sido derrotado. Pero los jesuitas, que habían llegado a Inglaterra en 1580, participaron en una gran asamblea católica en Southwark.
“Después, bajo distintos disfraces, fueron de condado en condado, de las casas de campo a los castillos. En la noche escuchaban confesiones; en la mañana predicaban y servían la comunión, y luego desaparecían en forma tan misteriosa como habían llegado. La razón era que, a partir del 15 de julio, Isabel los había proscrito” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 140 – 142).
Por tanto, imprimieron y distribuyeron en secreto folletos mordaces contra la reina y la Iglesia Anglicana. Uno de ellos, el padre Campion, fue apresado y condenado a la horca por alta traición. En Edimburgo también tramaron ganarse al rey Santiago de Escocia para su causa. El resultado de estos disturbios fue la ejecución de María Estuardo en 1587.
Luego siguió la expedición española, la armada invencible que hizo temblar a Inglaterra por un tiempo, produciendo la “unión sagrada” en torno al trono de Isabel. Pero la Compañía continuó sus proyectos, capacitando a sacerdotes ingleses en Valladolid, Sevilla, Madrid y Lisboa, a la vez que difundía su propaganda en Inglaterra bajo la dirección del padre Garnett. Después del complot de Gunpowder contra Santiago I, sucesor de Isabel, el padre Garnett fue condenado por complicidad y terminó en la horca como el padre Campion.
Bajo Carlos I, que entonces estaba en la Mancomunidad de Cromwel], otros jesuitas pagaron sus intrigas con la vida. La Orden había pensado que triunfaría bajo Carlos II, quien había firmado un tratado secreto con Luis XIV en Dover, prometiendo restaurar el catolicismo en el territorio.
“La nación no estaba totalmente informada al respecto, pero lo poco que se supo bastó para crear una terrible conmoción. Inglaterra entera tembló ante la sombra de Loyola y las conspiraciones de los jesuítas” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 140 e 142).
La reunión que éstos celebraron en el palacio despertó la furia del pueblo.
“Carlos II, que disfrutaba la vida de rey y no quería embarcarse en otra ‘travesía por los mares’, envió a la horca a cinco sacerdotes por alta traición en Tyburn […] Esto no desanimó a los jesuitas[…] Sin embargo, Carlos II era demasiado prudente y esceptico para el gusto de ellos, dispuesto siempre a abandonarlos. Cuando Santiago II subió al trono, pensaron que verían la victoria. De hecho, el rey siguió el antiguo juego de María Tudor pero con medios más suaves. Pretendiendo haber convertido a Inglaterra, en el palacio de Savoy estableció un colegio para los jesuitas, a donde llegaron de inmediato 400 estudiantes en residencia. Una evidente camarilla de jesuitas ocuparon el palacio […]
“Todas estas circunstancias fueron la causa principal de la revolución de 1688. Los jesuitas tenían que actuar contra una corriente demasiado poderosa. Para entonces, en Inglaterra había 20 protestantes por cada católico. El rey fue derrocado; todos los miembros de la Compañía terminaron en prisión o fueron ejecutados. Por algún tiempo, los jesuitas reiniciaron su trabajo de agentes secretos, pero sólo fue una agitación fútil. Habían perdido la causa” (Pierre Dominique,“La politique des Jesuites” (París: Grasset, 1995), p. 101 e 102).
FRANÇA
La Orden empezó a establecerse en Francia en 1551, es decir, 17 años después de su fundación en la capilla de Saint-Denis en Montmartre.
Los jesuítas se presentaban como adversarios eficaces de la Reforma, la cual había ganado a una séptima parte de la población francesa; sin embargo, la gente desconfiaba de estos soldados tan devotos a la Santa Sede. Por tanto, su penetración en el territorio francés fue lenta. Como hicieron en otros países donde la opinión general no les era favorable, se introdujeron sutilmente entre ía gente de la corte; luego, por medio de ésta llegaron a las clases altas. En París, no obstante, el parlamento, la universidad y aun el clero se mantuvieron hostiles. Esto fue evidente cuando intentaron establecer allí un colegio.
“La Facultad de Teología, cuya misión es salvaguardar los principios religiosos en Francia, el 1 de diciembre de 1554 decretó que ‘esta sociedad parece ser extremadamente peligrosa respecto a la fe; es enemiga de la paz de la iglesia, destructora del estado monástico, y parece haber nacido para cansar ruina en vez de edificar'” (Gastón Bally, “Les Jesuites” (Chambery: Imprimerie Nouvelle, 1902), p. 69).
No obstante, a los Padres les permitieron establecerse en Billom, en un extremo de Auvergne. Desde allí, organizaron una gran actividad contra la Reforma en las provincias del sur de Francia. El famoso Laínez, representante en el Concilio de Trento, se distinguió en polémica, especialmente en el Coloquio de Poissy, en un desafortunado intento de conciliar las dos doctrinas (1561).
Gracias a la reina madre Catalina de Médicis, la Orden abrió su primer establecimiento parisino, el Colegio de Clermont, que competía con la universidad. La oposición de parte de esta universidad, el clero y el parlamento fue más o menos apaciguada mediante concesiones —al menos verbales— que hizo la Compañía, prometiendo conformarse al derecho común. Pero la universidad peleó en forma ardua y prolongada contra la introducción de “hombres sobornados a expensas de Francia, para tomar armas contra el rey”. Esta declaración, hecha por Etienne Pasquier, poco después resultó cierta.
No es necesario preguntar si los jesuítas “consintieron” en que se realizara la masacre de San Bartolomé (1572). ¿La “prepararon” ellos? Quién sabe… La política de la Compañía, sutil y variable en sus procedimientos, tenía metas muy claras. La política de los papas era “destruir la herejía”. Todo debía subordinarse a este objetivo principal. “Catalina de Médicis trabajó para lograr esta meta y la Compañía podía contar con los Guises” (Pierre Dominique,“La politique des Jesuites” (París: Grasset, 1995), p. 84).
Pero, este plan principal, que recibió tanta ayuda con ía masacre de la noche del 24 de agosto de 1572, despertó un terrible odio fratricida.
Tres años después surgió la Liga, tras el asesinato del duque de Guise — llamado “el rey de París”—, y la apelación a Su Muy Cristiana Majestad para que peleara contra los protestantes.
“El astuto Enrique III hizo lo posible para evitar una guerra de religiones. Poniéndose de acuerdo con Enrique de Navarra, reunieron a los protestantes y a la mayoría de los católicos moderados para luchar contra París, la Liga y los partidarios romanos fanáticos apoyados por España […]
“Los jesuítas, poderosos en París, protestaron que el rey de Francia se había rendido a la herejía… El comité que dirigía a la Liga deliberó en la casa de los jesuítas, en la calle San Antonio. ¿Estaba París bajo el dominio de España? Era poco probable. ¿Lo controlaba la Liga? Ésta era sólo un instrumento usado por manos capaces […] La Compañía de Jesús que había estado luchando en nombre de Roma por 30 años […] era el amo secreto de París.
“Enrique III fue asesinado. Puesto que el heredero era protestante, al parecer el motivo no era político; pero, ¿acaso quienes planearon el asesinato, y persuadieron al jacobino Clement para que lo ejecutara, esperaban que la Francia católica se levantara contra el heredero hugonote? Lo cierto es que el jesuíta Camelet llamó “ángel” a Clement; y el jesuita Guignard, que después fue ejecutado en la horca, moldeaba la opinión de sus alumnos dándoles textos tiranicidas como ejercicios de latín” (Pierre Dominique,“La politique des Jesuites” (París: Grasset, 1995), p. 85, 86 e 89).
Entre otras cosas, esos ejercicios decían: “Jacques Clement realizó un acto meritorio inspirado por el Espíritu Santo… Si podemos librar guerra contra el rey, hagámoslo; si no, matémoslo”. También decían: “Cometimos un gran error en San Bartolomé; deberíamos haber hecho que la vena real se desangrara” (Pierre Dominique,“La politique des Jesuites” (París: Grasset, 1995), p. 85, 86 e 89).
En 1592, Barriere —que intentó asesinar a Enrique IV— confesó que el padre Varade, rector de los jesuítas en París, lo había persuadido para que lo hiciera. En 1594 lo intentó Jean Chatel, ex discípulo de los jesuítas, quienes escucharon su confesión justo antes del atentado. Fue en esa ocasión cuando, en la casa del padre Guignard, se encontraron los ejercicios escolares antes mencionados. “El sacerdote fue ejecutado en la horca en Greve, mientras el rey confirmaba un edicto del parlamento, desterrando del reino a los hijos de Loyola por ‘corromper a jóvenes, perturbar la paz pública y ser enemigos del estado y la corona de Francia […]'”
Sin embargo, el edicto no se cumplió totalmente. En 1603 el rey lo derogó, actuando en contra del consejo del parlamento. Aquaviva, el general de los jesuitas, actuó con astucia, haciendo creer a Enrique IV que la Orden, restablecida en Francia, serviría lealmente a los intereses nacionales. Siendo tan sutil, ¿cómo pudo creer el rey que esos romanos fanáticos aceptarían el Edicto de Nantes (1498), que determinaba los derechos de los protestantes en Francia, y peor aún, que apoyarían sus proyectos contra España y el emperador? La realidad es que Enrique IV escogió como confesor y tutor de los Dauphin al padre Cotton, uno de los miembros más distinguidos de la Compañía (siendo Cotton la palabra en inglés para “algodón”, los adversarios de este sacerdote solían decir que él tenía “algodón” en los oídos).
El 16 de mayo de 1610, en la víspera de su campaña contra Austria, fue asesinado por Ravaillac, quien confesó haber recibido la inspiración de los escritos de los padres Mariana y Suárez. Ambos aprobaban el asesinato de “tiranos” herejes, o de quienes no eran suficientemente devotos a los intereses del papado. El duque de Epernon, quien hizo que el rey leyera una carta mientras el asesino esperaba, era amigo de los jesuitas, y Michelet probó que éstos sabían lo que se planeaba hacer. “Momentos antes, Ravaillac se había confesado al jesuita d’Aubigny, y cuando los jueces interrogaron al sacerdote, éste sólo respondió que Dios le había dado el don de olvidar de inmediato lo que escuchaba en el confesionario” (Rene Fulop-Miller, “Les Jesuites et le secret de leur puissanee”, v. II (París: Librería Plon, 1933), p. 113).
El parlamento, persuadido de que Ravaillac había sido sólo el instrumento de la Compañía, ordenó al verdugo que quemara el libro del padre Mariana.
“Afortunadamente Aquaviva aún estaba allí. Una vez más, este gran general tramó todo bien; condenó con severidad la legitimidad del tiranicidio. La Compañía siempre tenía autores que, en el silencio de sus estudios, exponían la doctrina con toda su rectitud; también tenía grandes políticos que, cuando era necesario, la cubrían con las máscaras apropiadas” (Pierre Dominique,“La politique des Jesuites” (París: Grasset, 1995), p. 95).
Gracias al padre Cotton, que se hizo cargo de la situación, la Sociedad de Jesús salió ilesa de la tormenta. Rápidamente crecieron sus riquezas, el número de sus establecimientos y de sus adherentes. Pero cuando Luis XITI ascendió al trono y Richelieu tomó en sus manos los asuntos del estado, hubo un choque de voluntades. El cardenal jamás permitía que alguien se opusiera a su política. El jesuita Caussin, confesor del rey, descubrió esta realidad cuando lo enviaron a la prisión de Rennes por orden de Richelieu, como criminal estatal. Esto dio buen resultado. A fin de permanecer en Francia, la Orden incluso colaboró con el terrible ministro.
Al respecto, Boehmer escribió: “La falta de consideración que el gobierno francés —desde Felipe el Bello— siempre mostró hacia la iglesia, en los conflictos entre los intereses nacionales y los religiosos, una vez más fue la mejor política” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 100).
El ascenso de Luis XIV al trono marcó el principio de la época más próspera para la Orden. Los confesores jesuitas usaron extensamente su actitud “laxa” —la tolerancia astuta con la que atraían a pecadores que no ansiaban hacer penitencia— entre la gente común y en la corte, en especial con el rey, que era más dado a las mujeres que a la devoción.
Su Majestad no tenía intención alguna de renunciar a sus amoríos y, aunque estaba cometiendo adulterio, el confesor cuidaba de no tocar el tema. Pronto toda la familia real tenía sólo confesores jesuitas, y la influencia de éstos creció entre la alta sociedad. Los sacerdotes de París atacaron en sus “Escritos” la moral disoluta de los famosos casuistas de la Compañía, pero sin resultado. Pascal mismo, durante la gran disputa teológica de aquel tiempo, intervino en vano a favor de los jansenistas. En sus “Cartas provinciales” expuso al ridículo a los jesuítas, sus oponentes extremadamente mundanos.
A pesar de eso, el lugar seguro que tenían en la corte les dio la victoria, mientras que los de Puerto Real sucumbieron. La Orden obtuvo otra victoria para Roma, cuyas consecuencias eran contrarias a los intereses nacionales. Por supuesto, aunque tuvieron que aceptar la paz religiosa establecida por el Edicto de Nantes, continuaron su guerra secreta contra los protestantes franceses. Al envejecer, Luis XIV se hizo cada vez más intolerante, siguiendo la influencia de Madame de Maintenon y del padre La Chaise, su confesor. En 1681, éstos lo persuadieron para rciniciar la persecución contra los protestantes. Finalmente, el 17 de octubre de 1685, firmó la “Revocación del Edicto de Nantes”, convirtiendo en criminales a los que rehusaban aceptar la religión católica. Poco después, a fin de acelerar las conversiones, surgieron los famosos “dragones”. Este nombre siniestro fue parte de todo intento subsecuente para lograr conversiones por medio de fuego y cadenas. Mientras los fanáticos vitoreaban, los protestantes huían en masa del reino. Según Marshal Vauban, Francia perdió así a 400,000 habitantes y 60 millones de francos. Fabricantes, comerciantes, dueños de barcos y diestros artesanos se fueron a otros países, llevando el beneficio de sus habilidades.
“El 17 de octubre de 1685 fue un día de victoria para los jesuítas, la recompensa final por una guerra que había continuado por 125 años sin cesar. Pero el estado pagó el precio de la victoria de los jesuítas. La despoblación y la reducción de la prosperidad nacional fueron las graves consecuencias materiales de su triunfo, seguidas por un empobrecimiento espiritual que ni el mejor colegio jesuíta podía sanar. Esto es lo que Francia sufrió y lo que la Sociedad de Jesús pagaría después” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 103).
Durante el siglo siguiente, los hijos de Loyola no sólo fueron expulsados de Francia, sino de todos los países europeos; pero, una vez más, fue sólo por un tiempo. Estos fanáticos janisarios del papado no habían terminado de causar ruina en su afán por alcanzar su sueño imposible.
Fonte: Edmond Paris, A História Secreta dos Jesuítas. Chick Publications, 1975, p. 43-52.
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Conclusión
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