novembro 21, 2024

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Missões jesuítas na Índia, no Japão e na China (séculos 16 e 17)

[As abundantes citações de Edmond Paris no texto sobre jesuítas abaixo (mesmo estando em espanhol, algo que a internet resolve facilmente com tradutores online), e suas referências acessíveis, retira a desculpa do leitor negacionista (desinteressado pela Verdade?) permitindo que outros sejam sua consciência (“nihil obstat“), e aumenta a perseverança do leitor que persegue o rastro da Verdade e não se deixa levar pelas crenças e descrenças ao seu redor, e dentro de si. Hendrickson Rogers].

ÍNDIA

La conversión de “paganos” fue el primer objetivo del fundador de la Sociedad de Jesús. Aunque la necesidad de combatir al protestantismo en Europa ocupó cada vez más la atención de sus discípulos, y esta acción política y religiosa —de la cual vimos un breve resumen— se convirtió en su tarea principal, aún procuraban evangelizar las tierras lejanas.

Su ideal teocrático —poner al mundo bajo la autoridad de la Santa S é d e – les demandaba ir a todas las regiones del mundo para conquistar almas.

Francisco Javier —uno de los primeros compañeros de Ignacio y canonizado también por la iglesia— fue el gran promotor de la evangelización de Asia. En 1542 desembarcó en Goa; allí encontró a un obispo, una catedral y un convento de franciscanos, que con algunos sacerdotes portugueses habían tratado ya de difundir la religión de Cristo. Debido al impulso que dio Javier a ese primer intento, lo llamaron “apóstol de la India”. En realidad, fue pionero y “motivador”, pero no logró resultados duraderos. Siendo impetuoso y entusiasta, buscaba nuevos campos de acción y señalaba el camino, pero no siempre despejaba eí terreno. En el reino de Travancore, Malaca, las islas de Banda, Macasar y Ceilán, su encanto personal y sus discursos elocuentes maravillaron. Como resultado, se convirtieron 70,000 “idólatras”, especialmente de la casta baja. Para lograrlo, no menospreció el apoyo político y aun militar de los portugueses. Estos resultados, espectaculares más que sólidos, despertaron en Europa el interés en las misiones y dieron renombre a la Sociedad de Jesús.

Este apóstol incansable, aunque no perseverante, pronto partió de la India para ir al Japón y luego a la China, donde iba a trabajar, pero falleció en Cantón en 1552.

Su sucesor en la India, Roberto de Nobile, aplicó allí los mismos métodos que los jesuítas usaban con éxito en Europa. Apeló a las clases más altas. Y, a los “intocables”, sólo les alcanzaba la hostia consagrada en la punta de un palo.

Con la aprobación del papa Gregorio XV, adoptó las vestiduras, costumbres y estilo de vida de los brahmanes, mezclando los ritos cristianos con los de ellos. Gracias a esta ambigüedad, afirmaba que había “convertido” a 250,000 hindúes. Pero, “un siglo después de su muerte, cuando el intransigente papa Benedicto XIV prohibió que se observaran esos ritos hindúes, todo colapso y desaparecieron los 250,000 sendo católicos” (“Les Jesuites”, “Le Crapouillot”, No. 24, 1954, p. 42).

En el norte de la India, en el territorio del gran mogol Akbar —un hombre tolerante que incluso intentó introducir el sincretismo religioso en sus estados — , se permitió a los jesuitas edificar un establecimiento en Lahore en 1575. Los sucesores de Akbar les concedieron los mismos favores. Sin embargo, Aureng-Zcg (1666-1707), un musulmán ortodoxo, puso fin a todo eso.

JAPÃO

En 1549, Javier se embarcó al Japón con dos compañeros y un japonés, Yagiro, a quien había convertido en Malaca. Los inicios no fueron muy promisorios. “Los japoneses tienen su propio concepto de la muerte, son reservados y su pasado los ha afirmado en el paganismo. Los adultos sonríen al mirar a esos hombres extraños, y los niños los siguen para mofarse de ellos” (“Les Jesuites”, “Le Crapouillot”, No. 24, 1954, p. 43).

Yagiro, siendo japones, logró empezar una pequeña comunidad de 100 seguidores, Francisco Javier, en cambio, sin hablar bien el japonés, ni siquiera obtuvo audiencia con el Mikado. Cuando él se fue del Japón, dos padres se quedaron allí y tiempo después lograron la conversión de los daimios de Arima y Bungo. Cuando este último hizo su decisión en 1578, lo había estado considerando por 27 años.

El siguiente año los Padres se establecieron en Nagasaki. Afirmaban haber convertido a 100,000 japoneses. En 1587, la situación interna de la nación —destruida por guerras entre clanes— cambió por completo. “Los jesuitas habían sacado provecho de esa anarquía y de su estrecha relación con comerciantes portugueses” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 135).

Hideyoshi, que había nacido en la clase baja, usurpó el poder atribuyéndose el título de Taikosama. Él desconfió de la influencia política de los jesuitas, de su asociación con los portugueses, y de su conexión con los grandes vasallos guerreros, los samurai.

Por tanto, Ja joven iglesia católica japonesa fue perseguida violentamente. Seis franciscanos y tres jesuitas fueron crucificados, muchos convertidos fueron asesinados y la Orden fue expulsada del país.

Sin embargo, el decreto nunca se implemento y los jesuitas continuaron su apostolado en secreto. Pero en 1614, al primer Shogún, Tokugawa Yagasu, le inquietaron esas actividades ocultas y reinició la persecución. Además, los holandeses habían ocupado el lugar de los portugueses en los negocios, por lo que el gobierno los observaba muy de cerca. Una profunda desconfianza hacia los extranjeros — eclesiásticos o laicos— inspiró desde entonces la conducta de los líderes. En 1638, una rebelión de los cristianos de Nagasaki fue apagada con sangre. Para los jesuítas, la aventura en el Japón había concluido, y así permaneció por mucho tiempo.

En la notable obra de Lord Bertrand Russell, “Ciencia y Religión”, leemos lo siguiente acerca de Francisco Javier, el hacedor de milagros: “Él y sus compañeros escribieron muchas cartas extensas que se han conservado; en ellas relatan sus labores, pero en ninguna de las que se escribieron durante su vida se mencionan poderes milagrosos. José Acosta, el jesuíta que se preocupó por los animales del Perú, expresamente negó que esos misioneros hubieran contado con la ayuda de milagros en su esfuerzo para convertir a los paganos. Pero, poco después de morir Javier, empezaron a surgir numerosas historias de milagros. Se dijo que tenía don de lenguas, aunque en sus cartas habló muchas veces de la dificultad para dominar el idioma japonés o para encontrar buenos intérpretes.

“Se contaba que cuando sus amigos tuvieron sed en el mar, él había convertido el agua salada en agua fresca. Cuando se le cayó el crucifijo al mar, un cangrejo se lo devolvió. Según una versión posterior, había lanzado el crucifijo al mar para calmar una tempestad. Cuando fue canonizado en 1622, se había probado —para satisfacción de las autoridades del Vaticano— que había hecho milagros, ya que sin éstos nadie puede ser santo. El papa dio garantía oficial del don de lenguas; en especial, le impresionó que Javier hubiera hecho arder las lámparas con agua bendita en vez de aceite.

“Este papa, Urbano VIII, fue el mismo que rehusó creer las declaraciones de Galileo. La leyenda siguió mejorando; una biografía escrita por el padre Bonhours, publicada en 1682, dice que el santo resucitó a 14 personas a lo largo de su vida […] Autores católicos aún le atribuyen el don de milagros; en una biografía publicada en 1872, el padre Coleridge de la Sociedad de Jesús reiteró que Javier tenía el don de lenguas” (Bertrand Russell, “Science and Religión” (París: Ed. Gallimard, 1957), p. 84 e 85).

A juzgar por las hazañas mencionadas, san Francisco Javier bien merecía su aureola.

CHINA

En la China, los hijos de Loyola disfrutaron de una estadía prolongada y favorable, con sólo algunas expulsiones; lograron esto con la condición de que trabajarían principalmente como científicos, postrándose ante los milenarios ritos de esta antigua civilización.

“El tema principal fue la meteorología. Francisco Javier ya sabía que los japoneses ignoraban que la tierra era redonda, así que deseaban que les enseñara al respecto y otros temas similares. En la China llegó a ser oficial y, puesto que los chinos no eran fanáticos, la situación marchó pacíficamente”. “Un italiano, el padre Ricci, fue quien inició todo. Al llegar a Pekín, asumió el papel de astrónomo ante los científicos chinos […] La astronomía y las matemáticas eran importantes en las instituciones chinas. Estas ciencias permitían al soberano establecer las fechas para sus ceremonias religiosas y civiles […] Ricci llevó información que lo hacía indispensable, lo cual aprovechó para hablar del cristianismo […] Mandó llamar a dos Padres que enmendaron el calendario tradicional, estableciendo la armonía entre el curso de las estrellas y los eventos terrenales. Ricci ayudó también en tareas menores; por ejemplo, dibujó un mapa mural del imperio, en el que situó cuidadosamente a la China en el centro del universo” (“Les Jesuites”, “Le Crapouillot”, No. 24, 1954, p. 44).

Este fue el trabajo principal de los jesuítas en el Imperio Celestial; en cuanto al aspecto religioso de su misión, el interés de la gente en éste fue mínimo. Resulta curioso que, en Pekín, los Padres se dedicaron a rectificar los errores astronómicos de los chinos, mientras que en Roma, la Santa Sede persistió en condenar el sistema de Copérnico hasta 1822. Aunque los chinos no mostraban inclinación por el misticismo, en 1599 se abrió la primera iglesia católica en Pekín. Al morir Ricci, lo remplazó un alemán, el padre Shall von Bell, un astrónomo que también publicó tratados notables en el idioma chino. En 1644 recibió el título de “Presidente del Tribunal de Matemáticas”, despertando celos entre los mandarines. Mientras tanto, las comunidades cristianas se organizaron. En 1617 el emperador, previendo quizá los peligros de esta penetración pacífica, ordenó la salida de todos los extranjeros. Los Padres fueron enviados en jaulas de madera a trabajar entre los portugueses de Macao. Sin embargo, pronto les pidieron que volvieran por ser buenos astrónomos.

En realidad eran también buenos misioneros, con 41 residencias en la China, 159 iglesias y 257,000 miembros bautizados. Pero, una nueva reacción contra ellos causó su expulsión, y el padre Shall fue condenado a muerte. No cabe duda de que él no recibió esa sentencia únicamente por su trabajo de matemáticas. Un terremoto y el incendio del palacio imperial, presentados astutamente como señal de la ira del cielo, le salvó la vida; dos años después falleció en paz. No obstante, sus compañeros tuvieron que salir de la China.

A pesar de todo, apreciaban tanto a los jesuítas que el emperador Kang-Hi se sintió obligado a llamarlos otra vez en 1669, y ordenó que se celebrara un funeral solemne para los restos de Tam lo Vam (Jean- Adam Shall). Estos honores inusuales fueron tan solo el principio de excepcionales favores” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), p. 168).

El padre belga Verbiest sucedió a Shall como director de misiones y del Instituto Imperial de Matemáticas. Él le dio al Observatorio de Pekín los famosos instrumentos, cuya precisión matemática fue ocultada con quimeras, dragones, etc. Kang-Hi, “el déspota iluminado” que reinó por 61 años, apreció los servicios de aquel científico que le dio sabios consejos, lo acompañó a la guerra e incluso administró una fundición para cañones. Pero esta actividad profana y militar estaba dirigida “a la mayor gloria de Dios”, como le recordó el Padre al emperador en una nota que le envió antes de morir: “Señor, muero feliz porque usé casi cada momento de mi vida para servir a Su Majestad. Pero oro a Él muy humildemente para que recuerde, después de mi muerte, que mi objetivo en todo lo que hice fue conseguir un protector para la religión más santa en el universo; y ese protector era usted, el más grande rey en el oriente” (“Correspondente” de Verbiest (Bruselas, 1931), p. 551).

Sin embargo, en la China así como en Malabar, esta religión no podía sobrevivir sin alguna estratagema. Los jesuítas tuvieron que poner la doctrina romana al nivel de los chinos, identificar a Dios con el cielo (“ticn”) o con el “Chang-Ti” (emperador de lo alto), mezclar los ritos católicos con los rituales chinos, aceptar las enseñanzas de Confucio, la adoración a los ancestros, etc.

El papa Clemente XI, quien fue informado de todo esto por órdenes rivales, condenó este “laxismo” doctrinal. Como resultado, quedó destruido todo el trabajo misionero de los jesuítas en el Imperio Celestial. Los sucesores de Kang-Hi prohibieron el cristianismo. Los últimos padres que quedaron en la China murieron allí, y nunca los sustituyeron.

 

Fonte: Edmond Paris, A História Secreta dos Jesuítas. Chick Publications, 1975, p. 53-57.


As demais partes deste material valioso, encontram-se abaixo:

Introdução – Bibliografia extensa sobre relatos envolvendo jesuítas e fanatismo sistemático oculto

Pio XII, Hitler e jesuitismo

Inácio de Loyola – A Fundação da Ordem dos Jesuítas

Os Exercícios Espirituais, A Fundação da Companhia de Jesus, O Espírito da Ordem e Os privilégios da Companhia

Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17 – Itália, Portugal, Espanha, Alemanha e Suíça

Polônia, Rússia, Suécia, Inglaterra e França – Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17

Missões jesuítas na Índia, no Japão e na China (séculos 16 e 17)

O continente americano e o Estado jesuíta paraguaio

A base dos ensinamentos jesuítas na Europa (sécs. 17 e 18): superstições idolátricas

As Leis (i)morais dos jesuítas

Os Jesuítas sofrem um Merecido Golpe

O Renascimento dos Jesuítas no século 19

Jesuítas no Segundo Império Francês, a Lei de Falloux e a Guerra de 1870

Los Jesuitas en Roma — El Syllabus

Los Jesuítas en Francia Desde 1870 Hasta 1885

Los Jesuítas, el General Boulanger y el Caso Dreyfus

Los Años Previos a la Guerra: 1900-1914

La Primera Guerra Mundial – El Ciclo Infernal

Preparativos Para la Segunda Guerra Mundial

La Agresión Alemana y los Jesuitas: Austria, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia

El Movimiento Jesuíta en Francia Antes de la Guerra de 1939-1945 y Durante Ella

La Gestapo v la Compañía de Jesús

Los Campos de la Muerte y la Cruzada Antisemita

Los Jesuítas y el Collegium Russicum

El Papa Juan XXIII se Quita la Máscara

Conclusión


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(Hendrickson Rogers)

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