novembro 21, 2024

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Inácio de Loyola – A Fundação da Ordem dos Jesuítas

[As abundantes citações de Edmond Paris no texto sobre jesuítas abaixo (mesmo estando em espanhol, algo que a internet resolve facilmente com tradutores online), e suas referências acessíveis, retira a desculpa do leitor negacionista (desinteressado pela Verdade?) permitindo que outros sejam sua consciência (“nihil obstat“), e aumenta a perseverança do leitor que persegue o rastro da Verdade e não se deixa levar pelas crenças e descrenças ao seu redor, e dentro de si. Hendrickson Rogers].

El fundador de la Sociedad de Jesús, el español vasco don Tñigo López de Recalde, nació en 1491 en el castillo de Loyola, provincia de Guipúzcoa. Fue uno de los tipos más extraños de monje-soldado que haya engendrado el mundo católico. Entre los fundadores de órdenes religiosas, su personalidad quizá sea la que ha dejado la marca más fuerte en la mente y conducta de sus discípulos y sucesores.

Tal vez a ello se deba esa “apariencia conocida” o “sello característico”, que llega aun a la semejanza física. Aunque Folliet lo rechaza (“La Croix”, 31 de julio de 1956), muchos documentos prueban que se ha mantenido un tipo “jesuíta” a través de las edades. El testimonio más gracioso al respecto se encuentra en el museo de Guimet. Sobre el trasfondo dorado de un biombo del siglo 16, con todo el humor de su raza, un artista japonés pintó la llegada de los portugueses, y de los hijos de Loyola en particular, a las islas japonesas. El asombro de este amante de la naturaleza y de los colores brillantes es obvio al ver la forma en que representó aquellas sombras, largas y negras, con rostros tristes, expresando la arrogancia del fanático líder. Para todos es evidente la similitud entre la obra del artista oriental del siglo 16 y la de Daumier en 1830.

Como muchos otros santos, Iñigo —que después romanizó su nombre cambiándolo a Ignacio— no parecía ser el predestinado para iluminar a sus contemporáneos (como San Agustín, San Francisco de Asís y muchos otros). Su juventud tormentosa estuvo llena de fallas y aun “crímenes atroces”. Según un informe policial, él era “traicionero, violento y vengativo”. AI hablar de la violencia de los instintos —algo común en aquel tiempo—, sus biógrafos reconocen que él no se rendía ante ninguno de sus compañeros cercanos. Uno de sus confidentes dijo que Loyola fue “un soldado indisciplinado y presumido”, y según su secretario Polanco, “llevó una vida sin control en lo concerniente a mujeres, juegos de azar y duelos” (RP. jesuíta Robert Rouquette, “Saint Ignace de Loyola” (París: Ed. Albín Michel, 1944), p. 6). Esto lo relata uno de sus hijos espirituales, R.P. Rouquette, quien trató de explicar y justificar de alguna manera ese temperamento vehemente, que finalmente se tornó “ad majorem Dei gloriam” (a la mayor gloria de Dios).

Como en el caso de muchos héroes de la Iglesia Católica Romana, fue necesario un severo problema físico para cambiar su personalidad. El había sido paje del tesorero de Castilla hasta que su amo cayó en deshonra. Después, sirvió como caballero de! virrey de Navarra. Habiendo sido cortesano hasta entonces, emprendió la vida de soldado, defendiendo a Pamplona contra los franceses comandados por el conde de Foix. Fue en esa lucha donde sufrió la herida que decidiría el futuro de su vida.

Cuando una bala de cañón le quebró la pierna, los franceses victoriosos ío enviaron al castillo de Loyola, el hogar de su hermano. Allí enfrentó el martirio de una cirugía sin anestesia. Como ésta no se realizó en forma correcta, pasó por una segunda operación en la que tuvieron que romperle la pierna para acomodarla. A pesar de todo, Ignacio quedó cojo. Realmente es comprensible que esa experiencia le causara un colapso nervioso. El “don de lágrimas” que se le concedió “en abundancia”, y que sus biógrafos piadosos vieron como un favor de lo alto, quizá sólo fue resultado de su naturaleza sumamente emocional, afectándolo cada vez más.

Mientras yacía herido y en dolor, sólo se entretenía leyendo “La Vida de Cristo” y “La Vida de los Santos”, los tínicos libros que halló en el castillo.

Puesto que prácticamente carecía de educación y sufría aún los efectos de su tragedia, la angustia de la pasión de Cristo y el martirio de los santos dejaron en él un impacto imborrable. Esta obsesión llevó al guerrero inválido hacia el camino del apostolado.

“Él dejaba a un lado los libros y soñaba despierto. Era un caso claro de ese juego imaginario de la niñez que continúa en los años de la edad adulta… Si permitimos que esto invada el área de lo síquico, resulta en neurosis y abandono de la voluntad; ¡lo real llega a ser secundario!” (RP. jesuíta Robert Rouquette, “Saint Ignace de Loyola” (París: Ed. Albín Michel, 1944), p. 9). A primera vista, tal diagnóstico no parece aplicarse al fundador de esa Orden tan activa, ni a otros “grandes místicos” y creadores de sociedades religiosas que, al parecer, poseían una enorme capacidad organizativa. Sin embargo, vemos que ninguno de ellos podía resistir su imaginación extremadamente activa y, para ellos, lo imposible llega a ser posible.

Al respecto, el mismo autor dice: “Quisiera señalar el resultado obvio cuando alguien, poseedor de una inteligencia brillante, practica el misticismo. La mente débil que cede al misticismo está en terreno peligroso, pero el místico inteligente constituye un peligro aún mayor porque su intelecto trabaja en forma más amplia y profunda,.. Cuando en una inteligencia activa el mito toma control de la realidad, se convierte en mero fanatismo, una infección de la voluntad que sufre de aumento parcial o distorsión” (Dr. Legrain, “Le Mysticisme et la folie” (Herblay: Ed. de l’Idee Libre, [S.etO.], 1931), pp. 14-16).

Ignacio de Loyola fue un ejemplo perfecto del “misticismo activo” y la “distorsión de la voluntad”. No obstante, la transformación del caballero-guerrero en “general” de la Orden más militante de la Iglesia Romana, fue lenta. Antes de encontrar su verdadera vocación, dio muchos pasos vacilantes.

Nuestro objetivo no es examinar cada etapa, sino recordar los puntos principales: en la primavera de 1522 salió del castillo ancestral, decidido a ser un santo semejante a aquellos de cuyas hazañas inspiradoras había leído en el gran volumen “gótico”. Además, ¿no se le había aparecido la Virgen una noche, llevando en sus brazos al Niño Jesús? Después de hacer una confesión total en el monasterio de Montserrat, planeaba ir a Jerusalén. Pero, debido a la peste en Barcelona y el cierre del tráfico marítimo, tuvo que permanecer en Manresa casi un año. Allí pasó mucho tiempo en oración y súplica, en ayunos prolongados, flagelándose y practicando toda forma de maceracíón, y presentándose ante el “tribunal de penitencias” aunque, al parecer, su confesión en Montserrat había durado tres días enteros. Una confesión tan exhaustiva habría sido suficiente para un pecador menos concienzudo. Todo esto muestra el estado mental y nervioso del hombre. Al fin, librándose de la obsesión con el pecado al decidir que era una treta de Satanás, se dedicó por entero a las visiones variadas y abundantes que acosaban su mente febril.

H. Boehmer dice: “Fue debido a una visión que él empezó a comer carne otra vez. Una serie de visiones le revelaron los misterios del dogma católico y le ayudaron a vivirlo en verdad. De esa manera, medita en la Trinidad considerando la forma de un instrumento musical con tres cuerdas; en el misterio de la creación del mundo, como ‘algo* nebuloso y una luz proveniente de un rayo solar; en el milagroso descenso de Cristo en la eucaristía, como rayos de luz que entraban en el agua consagrada cuando el sacerdote la sostenía mientras rezaba; en la naturaleza humana de Cristo y la santa Virgen bajo la forma de un deslumbrante cuerpo blanco; y, finalmente, en Satanás como una forma sinuosa y reluciente, similar a una multitud de ojos misteriosos y centelleantes” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), pp. 12-13). ¿No es este el inicio de las conocidas imágenes creadas por los jesuítas?

Boehmer añade que el profundo significado de los dogmas le fue revelado como un favor especial de lo alto, mediante intuiciones transcendentales. “De pronto comprendió con claridad muchos misterios de la fe y la ciencia; después aparentó haber aprendido más en esos breves momentos que durante todos sus estudios. Sin embargo, nunca pudo explicar cuáles eran los misterios que había comprendido repentinamente. Sólo tenía un vago recuerdo, la sensación de algo milagroso, como si en ese momento hubiera llegado a ser ‘otro hombre con otra inteligencia'” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), pp. 12-13).

Todo eso pudo ser resultado de un trastorno nervioso, similar a la experiencia de los que fuman opio y consumen hachís: incremento o extensión del ego, la ilusión de estar elevándose por encima de lo real, una sensación brillante que deja sóío un recuerdo confuso.

Las visiones e iluminaciones maravillosas fueron los compañeros constantes de este místico durante toda su vida.

“El jamás dudó de que esas revelaciones fueran reales. Perseguía a Satanás con un palo como lo hubiera hecho con un perro bravo; le hablaba al Espíritu Santo como se le habla a otra persona; pedía la aprobación de Dios, de la Trinidad y de la Virgen en todos sus proyectos; y derramaba lágrimas de gozo cuando ellos se le aparecían. En esas ocasiones experimentaba de antemano la dicha celestial; los cielos se le abrían y la Deidad era visible y perceptible para él” (H. Boehmer, profesor, Universidad de Bonn, “Les Jesuites” (París: Armand Colín, 1910), pp. 12-13).

¿No es este el caso perfecto de una persona alucinada? Esta Deidad perceptible y visible es la misma que los hijos espirituales de Loyola ofrecerían constantemente al mundo, no sólo por razones políticas — apoyándose en la inclinación a la idolatría tan arraigada en el corazón humano y elogiándola— sino también por convicción, por haber sido muy bien adoctrinados. Desde el principio el misticismo medieval ha predominado en la Sociedad de Jesús, y aún es lo que la motiva, a pesar de sus evidentes aspectos mundanos, intelectuales y culturales. Su. axioma básico es: “Todas las cosas a todos los hombres”. Las artes, la literatura, 1.a ciencia y aun la filosofía han sido sólo medios o redes para atrapar almas, como las indulgencias fáciles otorgadas por los casuistas, por cuyo relajamiento moral fueron reprobados con tanta frecuencia. Para esta Orden, no existe ámbito alguno en el que sea imposible trabajar en la debilidad humana, motivando al espíritu y a la voluntad a rendirse y retornar a una devoción más tranquila y semejante a la de un niño. Por tanto, trabajan para desarrollar el “reino de Dios” conforme a su ideal: un gran redil bajo el báculo del Santo Padre. Parece extraño que hombres eruditos puedan tener un ideal tan anacrónico, pero es innegable, y confirma una realidad que a menudo se pasa por alto: la preeminencia de las emociones en la vida del espíritu. Además, Kant afirmó que toda filosofía es tan solo la expresión del temperamento o carácter del filósofo.

Aparte de los métodos individuales, el “temperamento” jesuíta parece ser más o menos uniforme entre ellos. “Una combinación de piedad y diplomacia, ascetismo y sabiduría del mundo, misticismo y cálculo frío; tal como era el carácter de Loyola, así es la idiosincrasia de esta Orden” (J. Huber, profesor de teología católica en Munich, “Les Jesuites” (París: Sandoz et Físchbacher, 1875), p. 127).

En primer lugar, todo jesuíta eligió esta Orden debido a su propia disposición natural; pero realmente llega a ser un “hijo” de Loyola después de pasar por pruebas rigurosas y una educación sistemática que dura no menos de 14 años. De esa forma, la paradoja de la Orden ha continuado por 400 años: una Orden que se esfuerza por ser “intelectual”, pero que, a la vez, siempre ha defendido la disposición más estricta dentro de la Iglesia Romana y la sociedad.

 

Fonte: Edmond Paris, La Historia Secreta de los Jesuítas. Chick Publications, 1975, p. 17-21.


As demais partes deste material valioso, encontram-se abaixo:

Introdução – Bibliografia extensa sobre relatos envolvendo jesuítas e fanatismo sistemático oculto

Pio XII, Hitler e jesuitismo

Inácio de Loyola – A Fundação da Ordem dos Jesuítas

Os Exercícios Espirituais, A Fundação da Companhia de Jesus, O Espírito da Ordem e Os privilégios da Companhia

Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17 – Itália, Portugal, Espanha, Alemanha e Suíça

Polônia, Rússia, Suécia, Inglaterra e França – Os jesuítas na Europa dos séculos 16 e 17

Missões jesuítas na Índia, no Japão e na China (séculos 16 e 17)

O continente americano e o Estado jesuíta paraguaio

A base dos ensinamentos jesuítas na Europa (sécs. 17 e 18): superstições idolátricas

As Leis (i)morais dos jesuítas

Os Jesuítas sofrem um Merecido Golpe

O Renascimento dos Jesuítas no século 19

Jesuítas no Segundo Império Francês, a Lei de Falloux e a Guerra de 1870

Los Jesuitas en Roma — El Syllabus

Los Jesuítas en Francia Desde 1870 Hasta 1885

Los Jesuítas, el General Boulanger y el Caso Dreyfus

Los Años Previos a la Guerra: 1900-1914

La Primera Guerra Mundial – El Ciclo Infernal

Preparativos Para la Segunda Guerra Mundial

La Agresión Alemana y los Jesuitas: Austria, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia

El Movimiento Jesuíta en Francia Antes de la Guerra de 1939-1945 y Durante Ella

La Gestapo v la Compañía de Jesús

Los Campos de la Muerte y la Cruzada Antisemita

Los Jesuítas y el Collegium Russicum

El Papa Juan XXIII se Quita la Máscara

Conclusión


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(Hendrickson Rogers)

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